May Pierstorff y el servicio de correos
Hoy, mientras estudiaba un cambio en la ordenación de mis libros, he reparado en algunos álbumes de sellos que guardo en el último estante de mi librería. Pertenecían a mi padre y son solo la punta del iceberg de su enorme colección de sellos. No he podido evitar que me vinieran a la memoria recuerdos de como se dejaba llevar por su pasión por estas bellas "estampillas postales", sus paseos por los alrededores de la Lonja de Valencia (donde los domingos siguen instalándose multitud de puestos de compra-venta de objetos de colección), la cajas de sellos usados que compraba a bajo precio y como (a veces con mi ayuda) los mojaba y cuidadosamente separaba el sello del sobre en el que iba pegado, y como los iba clasificando y pegando en el álbum correspondiente con una pequeña charnela. Y también me han venido a la mente diversas anécdotas sobre los servicios de correos en el mundo, algunas contadas por él y muchas otras que he oído en algún lado y mi conocida "memoria residual" las tenia guardada en algún recoveco de mi mente. Y a esta otra "Memoria residual" voy a traer una de ellas, quizás la mas desconcertante de todas las que recuerdo.
La indudable protagonista de nuestra historia es una niña que en 1914 tenia cinco años de edad llamada May Pierstorff:
May vivía en Grangeville, Idaho, y llevaba varias semanas pidiendo a sus padres que la llevaran a ver a su abuela que vivía en Lewiston, a 75 millas de distancia a través de las montañas de Idaho. Sus padres, de escasos recursos, no podían llevarla, y tampoco podían pagar lo que valía el viaje en tren por lo que pusieron en marcha su ingenio. Recientemente se había inaugurado el Parcel Post Service, que permitía el envío de paquetes postales desde cualquier localidad de los Estados Unidos sin necesidad de ir a la oficina de correos de una gran ciudad. El padre de May cogió a su pequeña y fue a hablar con el empleado de dicho servicio en Grangeville con la idea de mandar a su hija por correo hasta Lewiston. El pobre empleado, atónito, no daba crédito a lo que le estaba diciendo y rápidamente argumentó que aquello estaba prohibido. El padre, sin inmutarse, le pidió que le enseñase la parte del reglamento del servicio donde figurase dicha prohibición, cosa que el empleado fue incapaz de hacer, no había ni una sola linea que impidiese aquel envió. Desesperado el empleado creyó encontrar una escapatoria "El peso máximo permitido son 50 libras" (unos 23 kilos) por lo que procedió a pesar a la niña que dio un peso de 48 libras y media. Así que ya no había excusa, el padre pagó los 53 centavos del franqueo y el empleado pegó los sellos en el abriguito de May. Viajó en el vagón de correos cómodamente sentada sobre las sacas postales y al llegar a su destino fue entregada a su abuela por el cartero local. Ni que decir tiene que rápidamente se cambió el reglamento para prohibir este tipo de practicas.
Ha habido otros casos de gente que ha intentado enviarse por correo dentro de un paquete postal, pero ninguno como este, no se envió dentro de un paquete, May era el propio paquete postal.
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Yo porque peso un poco más, si no ya me ponía un montón de sellos en el abrigo y me mandaba a Nueva Zelanda. Gran entrada hermanito que me ha hecho pensar sobre la cantidad de información y recuerdos que encierran esos pequeños trozos de papel. Gracias
ResponderEliminarAngelita
Lo que hay que tener cuidado es a que dirección te mandas, no sea que te rechacen y te devuelvan al remitente.
EliminarMuy interesante tu post, hay que ver, ¡cuanta información se guarda en la memoria! y ¡cuanta rescatamos! de esos pequeños testimonios que habíamos olvidado en un cajón.
ResponderEliminarUn saludo
De verdad que es curiosa la memoria, tan pronto te olvidas de que a lo que habías bajado era a comprar el pan, como te acuerdas de una curiosidad que te comentaron en la barra de un bar hace cinco años.
EliminarMuchas gracias por comentar y espero veros mas por aquí.
Estimado Miguel Ángel, he dejado un premio para ti en mi blog.
ResponderEliminarMuchos besitos
"¡Que llego tarde, que llego tarde!", exclamo cual personaje de Lewis Carrol en su "Alicia en el País de las Maravillas. Te ruego, querido Miguel Ángel, que sepas excusar mi demorado comentario, que más que de-morado, viene de todos los colores. ¡Por los dioses del Olimpo, qué stress estos días!
ResponderEliminarMucho me ha gustado esta entrada tuya sobre tan curiosa historia, resuelta por parte de su protagonista con enorme ingenio; y,¡cómo no!, me viene a la cabeza una expresión latina que le viene, creo yo, al pelo: "Nihil tam difficile quod non sollertia vincit", 'Nada es tan difícil que no puede vencerse con habilidad', y es que de "sollertia", o lo que es lo mismo, 'ingenio, astucia, talento' iba sobrado Mr. Pierstorff.
Precioso homenaje con esta "entrada postal" a tu padre; los resortes de la memoria son increíbles y, a veces, apenas el contacto casual con un objeto dispara los mecanismos de los recuerdos archivados en nuestro disco duro mnemotécnico.
Y, como ya me he pasado por tu siguiente "posta", allí te dejaré una curiosidad etimológico-histórica.
Mil bicos y perdón de nuevo por mi "desliz", que no "infidelidad"
No puedo enfadarme, ya que yo también te respondo con tardanza e impuntualidad. También podríamos decir "mas vale maña que fuerza" que traducido seria "mas valen sellos que trenes".
EliminarY en cuanto a los de los resortes de la memoria, que me vas a contar a mi. Mucha gente se enfada conmigo (y con razón) porque aveces una frase me recuerda algo y mi mente se evade por ese nuevo camino.
Mil besets.